La CIA y el PSOE
Miguel Riera
El Viejo Topo
Hace ya unos cuantos años que vienen publicándose algunos libros en España que explican asuntos que han permanecido oscuros en nuestra historia reciente. En general son libros terribles, en los que se cuentan cosas que producen o bien repugnancia o bien le ponen a uno los pelos de punta. Y lo más curioso: que se sepa, ninguno de sus autores ha sido procesado –ni siquiera denunciado– por difamación y calumnias. Nadie ha sido puesto entre rejas, lo que hace presumir que las afirmaciones que esos libros contienen tienen mucho de verdaderas. Uno de los últimos títulos aparecidos que cumplen esa función de situar al lector entre el asco, la indignación y el miedo es el titulado La CIA en España, de Alfredo Grimaldos, publicado en Editorial Debate. Grimaldos es un periodista veterano que ha colaborado en diversos medios, y que actualmente desempeña las tareas de crítico de flamenco en el periódico El Mundo, pero que ha publicado artículos sobre la Transición en numerosos periódicos y revistas a lo largo de varios años. Lo que cuenta en La CIA en España deja sin argumentos a los que, ante cualquier denuncia de las manos ocultas que manejan los hilos del poder desde las sombras, acusan a los denunciantes de ser poco menos que paranoicos adictos a una ilusoria Teoría General de la Conspiración.Pues bien, o acaba Grimaldos en la cárcel, o tendremos que aceptar, de una vez por todas, que los partidarios de las teorías conspirativas tienen más razón (o razones) que el santoral completo. Entre otras perlas, Grimaldos cuenta cómo las líneas maestras de la Transición fueron diseñadas en Washington por el Departamento de Estado, hasta el punto de llegar a dársele instrucciones a Juan Carlos de Borbón sobre cómo debía tratar a los mandatarios extranjeros en los funerales de Franco: calurosamente a los alemanes, algo más frío con Chirac, y distante y seco con Pinochet. Y explica cómo se logró algo que a los ingenuos nos parecía inexplicable: que la clase política española (franquista) se autoinmolara en las Cortes para dar paso a un régimen democrático, aunque fuera tutelado. Personalmente nunca imaginé que fuera a golpe de dossiers. Pero las informaciones más sorprendentes no tienen tanto que ver con la CIA (cuyas habilidades conspirativas y criminales han sido puestas ya de relieve repetidas veces en todo el mundo) sino con el PSOE. Y ahí nos duele. Por ejemplo: ¿sabían ustedes que Trinidad Jiménez, flamante responsable de asuntos iberoamericanos en el PSOE, es miembro de la Comisión Trilateral? (Aviso a los más jóvenes: entrad en Internet y sorprendeos averiguando qué es la Trilateral). ¿Y que, cuando era presidente del gobierno Felipe González, su Fontanero Mayor, Julio Feo, entró en esa organización?Pues eso no es nada: Grimaldos, citando las fuentes, da la lista de miembros del gobierno que llevaba en el bolsillo el general Armada cuando entró en el Parlamento tomado por Tejero en aquel funesto 23-F. Asómbrense: además del propio Armada como Presidente, Felipe González aparecía como vicepresidente para Asuntos Políticos; Gregorio Peces Barba como ministro de Justicia; Javier Solana, ministro de Comunicaciones y Transporte; Enrique Múgica, ministro de Sanidad. A Jordi Solé Tura y Ramón Tamames, que si no recuerdo mal por aquella época todavía conservaban el carnet del PSUC y el PCE, les correspondían los ministerios de Trabajo y Economía respectivamente. También figuraban, claro está, los nombres de Fraga, Herrero de Miñón, Areilza, etc., pero esos nombres de la derecha rancia eran de esperar. Los otros no.¿Y hay más? Pues sí, mucho más. ¿Saben ustedes quién le proporcionó el pasaporte a Isidoro, es decir, a Felipe González, para que pudiera acudir sin problemas al Congreso de Suresnes en el que sería proclamado Secretario General del PSOE? No, claro que no lo saben. Ni se lo imaginan: los servicios de inteligencia de Carrero Blanco. Y así, una tras otra.Lo que se deduce del libro de Alfredo Grimaldos es que el PSOE siguió al pie de la letra el guión redactado por el Departamento de Estado norteamericano, con la aquiescencia y la complicidad de Willy Brandt, guión cuyo cumplimiento debía garantizar CIA, y cuya finalidad última consistía en asentar la corona y eliminar la “amenaza comunista”.Grimaldos no interpreta: explica hechos. Hechos que precisan aclaración o rectificación. Que nos gustaría que se aclararan o se desmintieran. Aunque, como siempre sucede en este país con cualquier material sensible, seguramente no se producirá ni una cosa ni otra. Simplemente caerá sobre este libro, como ha sucedido con tantos otros, un inmenso, compacto, espeso manto de silencio.La CIA en España. Aldredo Grimaldos. Editorial Debate
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