miércoles, 4 de marzo de 2009

Terrorismo y mafiosidad
José Vicente Pascual
EL profesor e historiador palermitano Giuseppe Carlo Marino, en su libro 'Historia de la mafia', establece con sobrada rotundidad que el fenómeno mafioso no puede entenderse únicamente como actividad criminal organizada, sino que para comprenderlo y buscar alguna salida a este laberinto de brutalidad y sangre hay que reconocer la existencia de una cultura mafiosa, a la que denomina 'mafiosidad', «en la cual las ideas y valores producidos por las clases dominantes para su uso y beneficio han sido transformados, por la fundamental unión de tradición y religión, en una cosmogonía popular»; es decir: una completa y cabal explicación del mundo que justifica y bendice los actos criminales de los mafiosos. De ahí que el término 'mafiosidad' sea de exclusiva aplicación a la 'criminalidad social' enquistada en la historia de Sicilia. Señalar como mafias a grupos de delincuentes mejor o peor organizados como la 'ndrangheta calabresa, la camorra napolitana, o las más espectaculares y sanguinarias organizaciones rusas, chinas, colombianas, etc, resulta tan impropio como generalizar y renombrar con el término 'fascismo' (genuinamente italiano), a espeluznantes aberraciones políticas como el nacionalsocialismo alemán, el franquismo español, el imperialismo feudal japonés, el pinochetismo, el stalinismo y demás regímenes totalitarios que han medrado a lo largo del siglo XX. Únicamente admite el estudioso profesor de la universidad de Palermo una posibilidad de comparación e incluso equivalencia con la mafiosidad siciliana en la reciente historia de Europa: el terrorismo abertzale vasco. Al igual que la mafia siciliana, el terrorismo abertzale no sólo vampiriza al resto de la sociedad mediante acciones criminales, sino a través de una poderosa cultura enraizada en amplios sectores según la cual la 'ley propia' tiene mayor rango ético, y es mucho más beneficiosa, que la 'ley extraña'; en el caso de Sicilia, la impuesta por las diversas potencias que ocuparon la isla durante centurias; en el caso del País Vasco, evidentemente, las leyes del estado español. El mismo término 'mafia', procedente del árabe 'maha fat' y cuyo significado es 'exención, protección, inmunidad', encuentra espléndida proyección en las relaciones políticas y sociales vigentes en el País Vasco. Una clase dominante anclada en privilegios forales heredados de la Edad Media, protege y garantiza inmunidad (en la medida de lo posible), a quienes desde la lucha callejera, el zulo o el comando itinerante van esparciendo muerte y miseria por la geografía española, Cataluña aparte como ya sabemos. Es la versión con txapela de la férrea alianza entre los aristocráticos 'gatopardos' y los bandidos rurales que dio origen, a finales del siglo XVIII, a la mafia siciliana.
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La mecánica funcional es idéntica. Políticos corruptos cuya única y verdadera patria es el poder y el dinero, extienden su amplia protección a organizaciones delictivas amparadas por la 'ley extraña' de los partidos políticos. Y desde esos sedicentes partidos políticos se organiza la trama de violencia, atentados, extorsión, venganzas y ajustes de cuentas bajo la cual están obligados a vivir todos los ciudadanos decentes del País Vasco. Porqué en el parlamento vasco cualquier diputado de la ilegalizada Batasuna puede llamar «asesino fascista» a quien le de la gana, mientras que el presidente de dicha democrática institución no admite bajo ninguna circunstancia que se le responda con calificaciones tan obvias como «aliado de los terroristas», es una muestra bastante descriptiva de cómo esta alianza ha llegado a consolidarse en beneficio de la ignominia. Si las autoridades españolas, sean del signo que sean, quieren hacer frente a este desatino, deberían tanto preocuparse por las razones que llevan a un fanático de veinte años a autoinmolarse mientras manipula un artefacto explosivo como, serenamente, reflexionar sobre el hecho de que en la comunidad autónoma vasca no se mueve un gramo de heroína sin permiso de ETA y sin que ETA cobre sus correspondientes regalías sobre este estupendo comercio. El informe de la Secretaría General de la Interpol hecho público en abril de 2001 resulta muy clarificador en este sentido. La lucha no es contra una pandilla de asesinos, ni siquiera contra grupos independentistas violentos que se cubren de honor quemando autobuses y cajeros automáticos. La lucha real encuentra su ámbito de intervención, extremadamente difícil, en una cultura muy extendida entre las clases más humildes e ignorantes del País Vasco, febrilmente alentada por los 'gatopardos' epígonos del bípedo Sabino Arana, según la cual «sólo la raza no traiciona». Por ello mismo, el reducto más seguro para sus andanzas es la covacha del ADN, el RH, el idioma vernáculo, la singularidad étnica y otras zarandajas racistas que siempre encontrarán acomodo en las entendederas, de suyo menguadas, de quienes levantan una ikurriña con la misma saña con que se exhibe un kalasnikov. La recurrencia nacionalista a los valores de la raza tiene perfecto parangón en el siciliano apego a la sacralidad de la sangre compartida. «Sólo la sangre no traiciona», afirman los mafiosos sicilianos (o los siculoamericanos de la 'Cosa Nostra'), y por ello mismo 'la familia' se convierte en el perfecto y acogedor centro de operaciones para sus fechorías. La familia siciliana es la raza de los nacionalistas vascos, y contra la férrea cohesión de la familia, es sabido, resulta muy difícil luchar. Casi tanto como contra la ley del silencio. En Sicilia, para ser un hombre de honor basta con mirar siempre hacia otro lado y guardar siempre silencio. En el País Vasco, quienes hablan y dicen lo que piensan no pierden el honor, pero sí la vida de vez en cuando. Es la «ley propia».Parece innecesario decirles que estoy deseando conocer los resultados electorales del 14 de marzo, más que nada para comprobar hasta dónde sigue teniendo fuerza el pacto histórico entre los 'gatopardos' de la aristocracia nacionalista y los bandidos que, entre otros siniestros negocios, llevan décadas administrando el tráfico de la muerte desde su guarida étnica. Como señalaba el lingüista Antonio Traina en su 'Nuovo vocabolario siciliano-italiano' (1868): «En Toscana llaman 'smáferi' a los esbirros, y mafia dicen de la miseria, ¿y una verdadera miseria es creerse un gran hombre sólo por la fuerza bruta! Lo que demuestra, en cambio, una gran brutalidad, es decir, que se es muy bestia».La pena es que a nosotros también nos toca soportar a los bestias, ni se sabe hasta cuando. Publicado en el diario IDEAL de Granada el 4/3/2004

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